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Reflexión #4

A veces le pregunto a Dios…
¿Por qué dentro de mí hay como dos fuerzas tan distintas?
Un día quiero ser una versión fuerte, firme, enfocada…
Y otro día pareciera que soy completamente diferente.

¿Por qué no simplemente ser radical?
¿Por qué no dejar de ser dual de una vez por todas?
¿Será que soy hipócrita?
¿Será que soy débil?
¿O será que simplemente… soy humana?

Y mientras más lo pienso, más entiendo que esa dualidad no es un error ni una falla en nuestra fe. Es parte de nuestra naturaleza. Es lo que nos recuerda que estamos en “PROCESO”, que cada día necesitamos gracia, dirección y volver a la Fuente. (DIOS-PADRE)

La dualidad no significa siempre falsedad; también significa lucha.
No significa debilidad; significa elección.
No significa que no amemos a Dios; significa que lo necesitamos más de lo que creemos.

Dios no se sorprende de nuestra dualidad.
Él la conoce… y aun así nos llama, nos forma y nos sigue ayudando.

En mi camino de fe, muchas, pero muchas veces, sentí esas dos fuerzas de las que hablo.
Por mucho tiempo luché con mis pensamientos… al punto de dudar de mi propia fe.
Hubo momentos en los que quise dejar todo botado y vivir sin tanta presión, sin tantas reglas, sin “tanta religión”.

Cuando estudié en el college. En un semestre de filosofía online después del covid 19 (lo recuerdo muy bien) estuve a punto de bajarme del barco de la fe y optar por mi propia fe “ la personal” moldeada a mi comodidad. Esa que hoy en día esta en la vida de muchos que dicen amar a Dios pero viven vidas que no reflejan ninguna entrega, ninguna rendición, ninguna transformación. Claro, porque es más fácil construir un dios a nuestra medida que permitir que el Dios verdadero nos confronte, nos forme y nos purifique. La filosofía me estaba robando mi fe. Esa que primero se cree y después se pregunta, claro, la filosofía es al contrario, primero se pregunta y después si hay respuesta se cree. Pero……

Ahí entendí algo:
No era que yo no amara a Dios…
Era que estaba cansada de un cristianismo de perfección
de exigencias humanas, de religiosidad disfrazada de espiritualidad. Sí, pasa mucho, por eso muchos abandonan y pocos perseveran.

Entonces llega un día que eso se hace carga… esa carga te rompe por dentro y te cansa, ¡verdad!

Yo sé que Dios es santo.
Sé que con Él no se juega.
Y sé que en la Biblia, cuando Él llamaba a sus escogidos, era todo o nada.
No había términos medios.
Era prácticamente:
“Sígueme… pero con todo tu corazón.”
“Obedéceme… aunque cueste.”
“Entrégame tu vida… no solo tus domingos.”

Pero aquí está lo que tardé años en entender y aun mi cerebro no lo procesa del todo bien: Lo que Dios pide es entrega… no perfección. Corazón… no actuación.
Disponibilidad… no religiosidad.

El “todo o nada” de Dios no es un castigo.
No es una exigencia dañina.
Es una invitación a vivir libres de la dualidad que nos quiebra.
A dejar de aparentar.
A dejar de luchar solos.
A ser llenados por Él de adentro hacia afuera.

La dualidad no desaparece porque nos esforzamos más.
Desaparece cuando dejamos que Él sea nuestra fuerza.

Dualidad que quizás nunca se irá…
Pero sí podrá ser rendida.
Sí podrá ser ordenada.
Sí podrá ser alineada por la gracia de Dios que aún esta.

© Ruth Abarca Anton | Todos los derechos reservados.

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